El dolor en la boca era
extremadamente intenso.
En uno de mis constantes lamentos
se me ocurrió decir cuánto me dolía el diente, con la acertada mención de mi
madre de que no me podía doler un diente que ya no tenía.
Así pues, lo que me causaba daño
no era el diente, sino su ausencia.
El no-diente se había convertido
en mi forma de vida.
Era cuando tenía algo y lo perdía
que era consciente de lo mucho que lastima.
No es el perder un objeto, una
persona o un sentimiento lo que nos causa angustia o malestar. Es,
sencillamente, haberlo tenido y después perdido para siempre.
El no-diente es una metáfora del
mundo real.
Es un hueco que te queda física y
psicológicamente de algo que habías desestimado y que ahora que ya no está
contigo.
No echamos de menos a esa
persona, sino el tener una persona que nos haya querido. No es el objeto en
concreto el que nos falta, sino el haberlo poseído.
No es el diente lo que me duele,
sino el hueco que me ha dejado en la dentadura.
Pero, por suerte, la encía
sanará. Se regenerará lentamente hasta cubrir el agujero. Y en ocho meses la
herida habrá cicatrizado, hasta tal punto que ni yo ni mi cuerpo nos
acordaremos de esa muela. Ni del amor y la amistad perdida, ni de los objetos
ausentes...
Simplemente, volveré a poseer sin
saberlo y a disipar para lamentarlo, en un eterno ciclo de tener y perder,
hasta no poder contarlo.
Barcelona, 9 de octubre del 2015. Con dos muelas menos.
Barcelona, 9 de octubre del 2015. Con dos muelas menos.
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